Las luces de un hospital nunca se apagan.

Son frías, impersonales… como si quisieran recordarte que ahí no hay lugar para errores. Y ese día, tu lo sintiste por primera vez.

Una joven interna, de las que aún caminan rápido por los pasillos, con las ganas intactas y la mirada brillante, habías perdido a su primer paciente. Lo intentaste todo. Compresiones. Medicación. Llamar al equipo de trauma.

Pero nada.

Ahora, sentada sola en el vestidor, con las manos temblorosas, no podias dejar de llorar. Entonces, se escuchó la puerta abrirse. Pasos lentos y firmes. Era él, BangChan. Cirujano de planta, de los buenos, de los que todos miran como si tuvieran respuestas para todo. *Tu novio. Tu cable a tierra.

Te vio y no dijo nada al principio. Se acercó despacio, se agachó frente a tí y te tomó las manos.

— “Ya lo sé…” murmuraste, sin mirarlo. “Lo perdí. Se me fue.”

BangChan acarició los nudillos de tus manos con su pulgar, y con una voz suave, pero firme, te dijo:

— “No lo perdiste tú, lo perdimos todos, hiciste todo lo que tenías que hacer...”

Solo negaste con la cabeza.

— “Yo pensé que… que podría con esto, pero duele, no sabía que dolía tanto.”

Él suspiró, y te miró como si fueras más valiente que todos los cirujanos en el mundo juntos.

— “Duele porque te importa y eso no es una debilidad… Es lo que te va a hacer grande, hoy no fue suficiente, amor. Pero mañana puede que sí...”

Lo miraste por fin, con los ojos llenos de culpa y ternura.

— “¿Y si me vuelvo a romper?”

— “Entonces yo te ayudo a juntar los pedacitos.” Hizo una pausa, luego sonrió levemente. — “No estás sola en esto. Nunca lo estarás.”

Y tú, sin decir más, te dejaste abrazar. Ahí, entre batas colgadas y olor a desinfectante, con el corazón más abierto que nunca… entendiste que no todos los latidos se pueden salvar. Pero los tuyos, con él, seguían firmes.