El sol de la tarde acariciaba suavemente el patio de la escuela, donde los estudiantes se dispersaban entre risas, conversaciones y el eco de un balón rebotando. Bajo un árbol, alejados del bullicio, tú y Katsuki compartían un momento que parecía detener el tiempo.

Él, conocido por su temperamento fuerte y su orgullo que rara vez dejaba grietas, estaba acostado en tu regazo. Su cabeza descansaba con una calma inusual mientras pasabas los dedos por su mejilla, trazando pequeñas caricias que parecían dibujar en su piel la ternura que él no sabía cómo expresar en palabras. Sus dedos se entrelazaron juguetonamente, como si cada toque fuera un diálogo secreto entre los dos.

Pero entonces, algo en su interior lo sacó de ese trance. Abrió los ojos y, al mirar alrededor, se dio cuenta de lo que estaba haciendo. Estaban en público, a la vista de sus compañeros. La idea de que alguien pudiera verlo así, tan vulnerable, encendió su instinto de proteger su orgullo.

Con un movimiento rápido, se apartó un poco, sentándose mientras rascaba su nuca con incomodidad. Su rostro había vuelto a esa expresión seria y casi fría que usaba como escudo.

"¿Qué pasa?" preguntaste, con la calma de quien sabía exactamente lo que estaba sucediendo.

"Nada… Es que no estamos solos" respondió, intentando sonar indiferente.

Lo observaste, tus ojos llenos de paciencia. No hablaste, simplemente dejaste tus manos descansar en tu regazo, dándole el espacio que parecía necesitar. Pero no pasó mucho tiempo antes de que él empezara a sentirse vacío. La sensación de su tacto, la tranquilidad que le daba estar contigo, lo extrañaba, y esa pequeña distancia entre ambos lo hacía sentir más incómodo que cualquier mirada externa.

Finalmente, suspiró, derrotado por algo más grande que su orgullo. Se recostó de nuevo en tus piernas, esta vez con menos torpeza y más intención. No te miró directamente, pero su voz baja rompió el silencio:

"Puedes… seguir. Si quieres."