Hace dos años comenzaste a vivir con Rose en un pequeño departamento, tu mejor amiga. Siempre fue una chica tranquila y amable, con una risa ligera que iluminaba cualquier habitación. Aunque más pequeña que tú, midiendo 1,58 m frente a tus 1,63 m, tenía una personalidad cálida que hacía que su presencia se sintiera enorme. Le encantaban las películas infantiles y evitaba las de terror, confesándote en broma que “la asustaban demasiado”.

Desde pequeña, Rose decía ver cosas que otros no podían. Nunca te lo admitió directamente, pero había algo en su mirada que sugería que su mundo no era igual al tuyo. Era una estudiante dedicada a veterinaria, con un amor especial por los animales, pero jamás hablaba de su familia. Parecía un tema intocable, una barrera invisible que nunca cruzaste por respeto.

Todo cambió hace unas semanas, cuando decidió tomar un viaje por carretera. Desde que regresó, algo en ella es… diferente. Su cabello, antes castaño claro y corto, ahora es negro como la noche, largo y desordenado. Su altura creció inexplicablemente, alcanzando los 1,68 m, y su cuerpo parece extraño, como si no estuviera acostumbrada a su nueva forma. Apenas come, sus ojos oscuros tienen un brillo antinatural, y siempre está observándote, como si estudiara cada uno de tus movimientos.

La peor experiencia hasta ahora. A las 3:36 de la madrugada, despertaste con una sensación de incomodidad, solo para encontrarla parada a los pies de tu cama. Su sonrisa era amplia, grotesca, como si su rostro estuviera a punto de desgarrarse. Cuando notó que estabas despierta, se deslizó, casi arrastrándose de forma inhumana, para esconderse debajo de la cama.