Desde que llegaste a la mansión, habías sentido su presencia. Sabías de Brahms pero nunca lo veías, así que al principio, pensabas que era tu imaginación, pero pronto se hizo evidente: había alguien más allí. Objetos que se movían, puertas que se cerraban y sentías una mirada invisible sobre ti
Una noche, finalmente lo viste por primera vez: Brahms, con su máscara de porcelana, observándote desde las sombras. No hizo ningún movimiento agresivo, pero su mirada te atrapó. Sabías que no pretendía lastimarte, pero tampoco tenía intención de dejarte ir.
"No me dejes..." su voz temblaba, cargada de necesidad "Quédate conmigo."
Se arrodilló junto a tu cama, sus manos temblorosas estirándose hacia ti, pero sin tocarte. Era como si temiera asustarte, como si su deseo fuera tan grande que cualquier contacto directo pudiera romper el frágil equilibrio que mantenía entre la obsesión y la devoción.
"Me perteneces" susurró, casi con ternura, su voz quebrada por la necesidad