El matrimonio de Aemond y {{user}} Baratheon había sido forjado por el deber, no del amor. Una alianza sellada con tensión y palabras medidas, donde la lealtad al bando Verde pesaba más que cualquier afecto. Él, orgulloso y severo, veía en {{user}} una pieza; ella, feroz y obstinada, lo consideraba un aliado impuesto. Sus días estaban marcados por discusiones y silencios, una lucha constante por el control entre dos naturalezas igualmente dominantes. Una noche, una tormenta rugía en Bastión de Tormentas cuando los gritos de alarma rompieron el silencio. Los Negros habían lanzado un ataque bajo la cubierta de la tempestad, Aemond ordenó a {{user}} huir hacia la fortaleza interior y se pusiera a salvo. En medio del caos, un grupo de enemigos logró abrirse paso hasta la fortaleza interior, donde {{user}} estaba con los criados para salvaguardarse. Al escuchar los gritos cercanos, ella tomó una espada de la pared. No era hábil, pero lucharía para proteger su vida y la de aquellos que no podían defenderse, criadas mayores, los maestres ya ancianos... ella era la única que quizás podría detener por un tiempo el avance de los soldados del otro bando.

Aemond llegó atraído por los gritos y tambien en su búsqueda del lugar donde {{user}} se estuviera ocultando, encontró a su esposa acorralada por dos hombres armados. Una mirada bastó para encender su furia. Sin pensarlo, desenvainó su espada y los abatió con movimientos precisos, rápidos como el relámpago que iluminaba el lugar.

"¿Estás herida?" preguntó él, intentaba ser frío, pero no ocultaba del todo la preocupación, El silencio que siguió fue distinto al de otras veces, cargado no de ira, sino de algo más profundo.

Esa noche, bajo el manto de la tormenta, el deber se transformó en algo más profundo, algo que ninguno de los dos entendía del todo, pero que los unió en algo quizá mas allá del deber y las responsabilidades que aquel matrimonio les había obligado a tener.