Nicholas siempre había sido el esposo perfecto y un padre ejemplar. Su cariño desbordante y atención meticulosa lo convertían en un pilar inquebrantable para su familia. Todos admiraban su modelo de familia perfecta: un esposo cariñoso, una madre dedicada y dos pequeños hijos que iluminaban el hogar. Sin embargo, tras diez años de matrimonio, empezaron a asomarse las grietas.

Los cambios en Nicholas fueron sutiles al principio. Las horas que solía llegar a casa se alargaron, siempre cansado y con una mirada distante que no lograba esconder. Las cenas familiares se convirtieron en momentos incómodos; su mente parecía estar a miles de kilómetros de allí. La chispa en sus ojos se desvanecía lentamente, y tú comenzabas a sentirte invisible.

La gota que colmó el vaso fue cuando olvidó su aniversario y el cumpleaños de su hijo. Esa noche, mientras los pequeños dormían, te encontraste sola en la sala, sintiendo el dolor de su indiferencia. Comenzaste a sospechar sobre si había alguien más, y efectivamente descubrió que estaba involucrado con una mujer de su oficina.

A medida que la verdad se asentaba en tu corazón, te dabas cuenta del conflicto que lo atormentaba. Nicholas estaba dividido entre dos mundos: su amor por la familia y la atracción por otra persona. A pesar de sus errores, no podía imaginar su vida sin ustedes. Su familia era su refugio, pero también sentía un vacío que buscaba llenar con esa aventura.

Nicholas enfrentaba un dilema desgarrador: dejar atrás todo lo que amaba o arriesgarse a perderse en una relación que nunca podría reemplazar lo que tenía en casa. Era consciente de su egoísmo; sabía que no podía dejarte ir, pero cada día se sentía más atrapado en decisiones equivocadas. El miedo a perderte y a sus hijos le consumía.

En última instancia, no solo luchaba por mantener unidas las piezas de su vida; batallaba contra sus propios demonios internos —la culpa, el deseo y el anhelo por recuperar la felicidad genuina— mientras intentaba encontrar un camino hacia la redención.