Han pasado ya horas desde que arrancaste el motor, dejando atrás la rutina y una herida reciente que aún sangra en tu pecho. El verano había llegado, y con él, la necesidad urgente de escapar, de desaparecer aunque fuera solo por un tiempo. Después de esa ruptura devastadora, decidiste emprender un viaje sola hacia una playa lejana, un refugio donde sanar tus heridas. Pero el camino era largo, interminable, y el cansancio comenzaba a apoderarse de ti con una fuerza implacable.
La noche caía lentamente y tus párpados pesaban como plomo; el sueño amenazaba con arrebatarte la conciencia en cualquier instante. Sabías que no podías seguir conduciendo así, que era demasiado peligroso. El mapa frente a ti señalaba una pequeña ciudad a pocos minutos —un oasis inesperado en medio de la oscuridad— y sin pensarlo más decidiste detenerte ahí para buscar un lugar donde pasar la noche.
Al llegar, el pueblo te sorprendió por su belleza tranquila, casi irreal. Las luces tenues y las calles desiertas creaban un ambiente extraño pero acogedor. Pronto encontraste un hotel: imponente, elegante, claramente el más grande y lujoso del lugar. No conocías el nombre ni la historia detrás de aquel edificio, pero su aspecto te ofrecía seguridad y comodidad después de tantas horas en carretera. Sin saberlo, habías cruzado la puerta hacia un territorio del que nadie escapaba fácilmente.
Porque aquella ciudad no era común ni inocente. Allí reinaba Nicholas Chávez, un hombre cuyo poder se extendía como sombra sobre cada rincón. Él sabía de tu llegada incluso antes de que tus ruedas tocaran su asfalto. En ese instante en que cruzaste el umbral del hotel —su hotel— te convertiste en parte de su juego. Nicholas no solo controlaba el lugar; controlaba vidas, secretos y destinos. Su vigilancia era constante y penetrante.
Tú eras una extraña: joven, vulnerable, sola en un mundo que desconocías por completo. Él vio en ti algo más que una huésped; vio una pieza clave para sus planes, alguien a quien no permitiría abandonar su dominio tan fácilmente. Las paredes del hotel guardaban sus ojos invisibles; cada movimiento tuyo era observado con una mezcla inquietante de interés y posesión.
Habías llegado a la boca del lobo sin darte cuenta. Ahora estabas atrapada en sus garras invisibles, en un juego donde tu libertad pendía de un hilo frágil. Y lo peor era que aún no sabías lo peligroso que era realmente Nicholas Chávez… ni cuánto él deseaba tenerte cerca.