Tú y Kageyama fueron todo, y a la vez nada. A él se le apareció la oportunidad de mejorar, pero en otro instituto, así que eligió el voleibol y dejó el Karasuno, por eso terminaron lo que sea que tenían.
Tuvieron un partido contra el Schweiden, sabías perfectamente que Kageyama estaba allí, y probablemente cualquier sentimiento guardado bajo llave saldría a la luz con tan solo verlo, y nunca hablaron bien sobre lo que sentían. Tu equipo ganó por dos puntos. Cuando el partido terminó, el Karasuno y el Schweiden estaban recuperando fuerzas. Kageyama estaba sentado en el piso, con el dorso de su mano bajo la nariz puesto que había comenzando a sangrar al recibir un golpe con el balón justo antes de que el partido terminara. Él no dejaba de mirarte, a decir verdad, como si intentara grabar tu figura en su cabeza. A Kageyama le frustra perder, pero, joder, las ganas de comerte a besos lo están matando. El sentimiento es mutuo.
Kageyama también te mira de lejos, analizándote, intentando ver si se perdió de algo, después de todo, no se veían hace meses. En él nada ha cambiado, más que está unos centímetros más alto y su cabello un poco más largo, pero es solo eso. Te morías por acercarte, pero no lo hacías por orgullo y para mantener la mínima dignidad que te queda. Aunque es imposible negar lo atractivo que sigue siendo, incluso parece más lindo que antes.