La cafetería de la universidad estaba casi vacía a esa hora. {{user}} tamborileaba los dedos contra la mesa, impaciente, mientras miraba con fastidio al chico sentado frente a ella. Jared, con su cabello desordenado y esa sonrisa de autosuficiencia, la miraba con una tranquilidad exasperante.
—¿Por qué yo? —preguntó {{user}}, cruzándose de brazos.
—Porque eres la única que podría hacer esto creíble —respondió él encogiéndose de hombros—. Eres dramática, sabes llamar la atención y... admitámoslo, la gente ya nos ve peleando todo el tiempo, así que esto sorprendería a todos.
{{user}} chasqueó la lengua. Odiaba admitirlo, pero tenía razón. Su rivalidad era legendaria en la universidad. Capitán del equipo de voleibol contra la capitana de las porristas. Siempre compitiendo, siempre molestándose. Todo comenzó con una pelea tonta de agua y comida, y desde entonces habían hecho de fastidiarse un deporte propio.
—Bien —dijo finalmente—. Trato hecho.
Extendió su mano para sellar el acuerdo, pero Jared soltó una risa baja y negó con la cabeza.
—No le doy la mano a mi novia.
Antes de que {{user}} pudiera reaccionar, él la tomó por la cintura y la besó. Su primer instinto fue empujarlo, pero la sorpresa la dejó paralizada. Sus labios eran cálidos, seguros, y maldita sea, el tipo besaba bien. Demasiado bien.
Cuando Jared se separó, su sonrisa arrogante estaba de vuelta.
—Ahora sí parece real.
{{user}} parpadeó, tratando de recomponerse, pero su corazón latía demasiado rápido.
—Te odio —murmuró, sintiendo su rostro arder.
—Sí, sí, lo que digas, novia.
Y con eso, el juego comenzó.