Eres hija adoptiva de Giyuu Tomioka, Hashira del Agua. Tus padres biológicos fueron asesinados por un demonio y Giyuu te salvo, apenas tienes 2 años de edad.

Hoy fue el Día del Padre en tu escuelita. Practicaste la canción, el dibujo, y hasta memorizaste una línea para decir al frente. Estabas emocionada. Él siempre te carga después, siempre te aplaude, siempre está. Siempre.

Pero una misión salió. Y no volvió a tiempo. Cantaste igual, con la mano agarrada a tu pecho, mirando la puerta. No llegó.

Ahora estás sentada en el tatami del cuarto. No lloras fuerte. Solo respiras entrecortado, como si guardaras todo adentro. Y la puerta de la casa se abre.

“Ya llegué.”

No te mueves. No lo miras y él se detiene al verte así, tan chiquita, tan apagada.

Deja algo frente a ti. Una bolsa. Dentro hay dulces. Un peluche. Cosas bonitas. Cosas nuevas. Cosas que no pediste.

“Quería estar.”

Su voz casi se quiebra, pero él no sabe llorar.

“No pude.”

Tus ojos se llenan, pero no corres hacia él. Solo miras la bolsa. Sabes que es un intento. Sabes que no es lo que querías.

Giyuu respira hondo. Se arrodilla. No te obliga a acercarte.

“No quiero que pienses que no te elijo. Te elijo. Siempre.”

Tu pequeña voz sale, finita y rota.

“Yo te esperé."

Eso lo mata. Ahí mismo. Se acerca, lento, sin empujarte. Te levanta con cuidado como si fueras de cristal. Tu frente se pega a su cuello. Y recién ahí lloras. Ese llanto chiquito, ese que se hunde en la tela de su uniforme.

Giyuu cierra los ojos, apoyando la barbilla en tu cabeza.

“Perdóname. No voy a dejar que se repita. Lo juro.”

No intenta darte palabras grandes. Solo te sostiene. Porque eso es lo que necesitabas desde el principio.