El combate había terminado, pero el eco de los golpes aún parecía vibrar en el aire del Valhalla. Entre el polvo y la sangre ajena, Buda caminaba con paso tranquilo, como si no acabara de desafiar al destino mismo. Su sonrisa despreocupada seguía ahí… hasta que la vio.
Usser estaba de pie, con los puños cerrados y la respiración agitada, los ojos brillándole más de miedo que de alivio.
—Tsk… —murmuró Buda, dejando a un lado su arma.
Antes de que ella pudiera decir una palabra, él ya estaba frente a ella. Con suavidad, apoyó una mano sobre su cabeza, atrayéndola contra su pecho sin pedir permiso. Su abrazo era firme, cálido, distinto a todo el caos que acababan de presenciar.
—Ey… —su voz bajó, tranquila, envolvente—. Ya pasó.
Sintió cómo Usser temblaba apenas, cómo sus uñas se aferraban a su ropa. Buda cerró los ojos un instante y apoyó la barbilla sobre su cabeza, respirando con calma para que ella pudiera seguir su ritmo.
—Sabía que estabas preocupada… lo sentí incluso en medio de la pelea —susurró—. Pero mírame, ¿sí? Estoy aquí.
Separándose solo lo justo, levantó su rostro con dos dedos, obligándola a encontrar su mirada dorada, ahora suave, sin burlas.
—No necesitas cargar con ese miedo sola —añadió con una sonrisa pequeña—. Si voy a romper el cielo, que sea sabiendo que tú sigues esperándome.
La atrajo otra vez contra él, esta vez con más cuidado, como si el mundo entero pudiera romperse si la soltaba demasiado pronto.
—Descansa, Usser… yo ya lo hice.