El aula estaba en completo alboroto. Apolo, el chico problemático de la universidad, tenía al otro estudiante agarrado del cuello de la camisa, su expresión feroz, llena de rabia contenida.
—Dilo de nuevo —gruñó.
El otro chico tragó saliva, pero antes de que pudiera responder, una voz firme rompió la tensión.
—¡Basta!
Apolo giró la cabeza y vio a {{user}}, la representante del aula. Siempre impecable, siempre la imagen del control. La conocía, claro, pero nunca habían hablado.
—Esto no va a solucionar nada —continuó ella, avanzando con decisión—. Suéltalo.
Apolo la miró con escepticismo.
—¿Y si no quiero?
{{user}} sostuvo su mirada sin titubear.
—Entonces serás solo otro idiota buscando problemas. Y sé que eres más que eso.
Por alguna razón, sus palabras lo hicieron vacilar. Finalmente, soltó a su compañero, quien se alejó rápidamente.
Apolo resopló, divertido.
—¿Siempre das discursos motivadores?
—Solo cuando hay gente que necesita escucharlos —respondió {{user}} con calma.
Él la observó, intrigado. No era miedo lo que veía en sus ojos, sino determinación. Algo en ella lo desarmó de una manera que nadie antes había logrado.
—Interesante… —murmuró, esbozando una sonrisa—. Creo que me gustas, representante.
{{user}} suspiró, cruzándose de brazos.
—Solo compórtate, ¿quieres?
Pero Apolo ya estaba decidido. Ella lo había detenido… y sin saberlo, lo había conquistado.